Un cartelito que decía: átame. Lo sostenía en su mano, muchas emociones que se sucedían como si fuese un catálogo de Venca, de todos los colores, tamaños, gustos y servido a domicilio. Muy completo: alegría, impaciencia, miedo, esperanza, ilusión, alborozo, nostalgia, incredulidad, tristeza y la soledad, que nunca falla. Después de una hora tenía que decidirse a hacer algo, pero no podía ser lo que se temía, era ella que estaba turbada por las palabras del Conejo Blanco, no podía, no había dicho no llego, no llego... tenía que haber un error, seguro, se lo estaba imaginando, pero era evidente, no había llegado.
Sin casi pensarlo, comenzó a realizar dobleces en aquel papel de manera nerviosa, compulsiva, hasta que formo un origami mágico, depositó el corazón, lo dejo guardado en el asiento que había ocupado la última media hora antes de decidirse a marcharse. Se había lanzado a la madriguera, pero no, no fue el País de las Maravillas lo que Alicia había encontrado. El golpe seco le despertó contra el suelo, había sido una ilusión... se refugió bajo sus sábanas, sudaba ira y tiritaba desconsuelo.
Había vuelto a tener aquel sueño... pero estaba sola en su habitación. No importa, se dijo, sigo respirando.
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